En la crónica de la violencia de género, lo peor es el silencio

En la crónica de la violencia de género, lo peor es el silencio

La industria cultural española contemporánea aborda con decisión esta lacra social, aunque aún es infinitamente menor que la fuerza de su arraigo en la sociedad

REDACCIÓN.- En la crónica sobre la violencia de género –sea noticiosa o ficticia–, lo peor es el silencio, no solo el de la sociedad en general, sino también el de la industria cultural, que, si bien da cuenta de esta lacra social con casos considerables, aún es insuficiente ante la dimensión descomunal de la violencia hacia las mujeres en España y el arraigo de esta lacra social en las raíces más profundas de la comunidad. Con estas ideas puede expresarse una conclusión del estimulante encuentro celebrado en la Librería de Mujeres este sábado en Santa Cruz de Tenerife, donde el Festival de Género Negro Tenerife Noir citó a su público a un encuentro con la la catedrática de la Universidad de Ámsterdam Shelley Godsland, la escritora y magistrada juez de lo penal en Barcelona Graziella Moreno, y la periodista y escritora Cristina Fallarás,

“Lo único que nos cuentan en las noticias es atroz”, aseguró Cristina Fallarás, para quejarse seguidamente de que en ningún medio informativo se continúa informando “solo del asesinato”, –con la importancia que tiene la comunicación en creación de cultura– y no se da cuenta de los procesos judiciales, las sentencias, las condenas ni el cumplimiento de las penas con las que la sociedad castiga el delito, como sí se hace, por ejemplo, “con los casos de delitos urbanísticos o con la corrupción”. “La narración hace que no veas el hecho de violencia que supone que la periodista que informa sobre la noticia tiene que ir en minifalda, una camisa de tirantes y sobre unos tacones de doce centímetros”, observó la periodista, para reclamar que se abra la perspectiva y se vea el fenómeno con más amplitud.

Fallarás aseguró que mientras la concienciación sobre la violencia hacia las mujeres aumenta en progresión aritmética, “el machismo desinhibido y joven aumenta en progresión geométrica”, de forma que es dominante “un ambiente contra la mujer gregario y tribal”. Asuntos como esa violencia de xxxx, de xxxx y la que existe en torno a una prostitución que, contrario al discurso dominante, en eespaña no se ejerce voluntariamente, sino en condición de esclavitud, “no tiene reflejo en la literatura ni en la producción cultural en general”, sentenció la periodista.

Su perspectiva contrasta con la exposición que hizo Shelley Goldsland, que, si bien se mostró de acuerdo con Fallarás, presentó como un fenómeno reciente el tratamiento de la violencia de género por parte de la literatura española contemporánea. La catedrática situó la novela de Dulce Chacón Algún amor que no mate, publicada en 1996, como la primera novela contemporánea que trata el caso de la violencia dentro del matrimonio, al tiempo que señaló que “con el nuevo milenio comienzan a aparecer muchísimas novelas más, también novelas negras, de crímenes, otras intimistas, incluso, algunas que han logrado hablar de la violencia de género con novelas graciosas”, como es el caso de la novela No me llames cariño, de Lola van Guardia, o Impunidad, de Andreu Martín.

Godsland apuntó textos teatrales –Pared, de Itzíar Pascual–, de cine –Te doy mis ojos con obras de Icíar Bollain, e incluso literatura infantil, –con obras como Los hombres no pegan o Estúpido monstruo peludo– sobre la que apuntó que “es sorprendente saber que existen obras para niños, con sus dibujos, que intentan hacer comprender a los más chiquitos el problema de los malos tratos”, campañas publicitarias, festivales de música temáticos, biografías –como las que promueve la editorial Círculo Rojo con historias de mujeres víctimas–; “todos son productos culturales que están llegando al público para hacer entender la problemática, su origen y cómo se puede responder a ese problema”, señaló la catedrática, para concluir que “los productores culturales han respondido masivamente al problema, a veces a través de la voz de la mujer víctima, otras veces a través del hombre maltratador, representado como una especie de Barbazul. En resumidas cuentas, la respuesta cultural ha sido masiva y está llegando a un público cada vez más grande”.

Más pesimista, Fallarás aseguró que “lo que más me interesa es el silencio y lo que estamos callando es bárbaro” y lo explicó como resultado de que “no estamos haciendo el relato íntimo no estamos haciendo el relato íntimo de la violencia propia; la producción cultural recoge tradiciones, esa es su función, así que sigue primando el silencio. Si no rompemos ese silencio, la producción cultural es falsa, y no solo es falsa, es mucho peor: es perversa, porque creemos que sucede algo, porque crea sensaciones falsas”.

Quien también escribe sobre violencia de género, tanto en ficción de temática criminal como en artículos, es la magistrada Graziella Moreno, juez en un juzgado de lo penal en Barcelona, que verificó la certeza de las afirmaciones de Fallarás a partir de su experiencia en los tribunales. Moreno llamó la atención sobre “las actitudes pequeñas” que mantienen la violencia y las presiones sobre las mujeres. “Creo que lo estamos haciendo mal; la educación parte de la familia y se sigue reproduciendo papeles que se copian del padre o de la madre”, concluyó la magistrada, que se manifestó contraria a los actos de repudio a los actos violentos mediante minutos de silencio, que calificó como un gesto insuficiente.

“Es cierto que se han dado pasos, pero lo muy preocupante es el silencio, lo que no se cuenta”, apuntó Fallará. Godsland reconoció el discurso de la periodista, al tiempo que señaló como un factor clave para que esa producción cultural tenga efecto que hay que fijarse en “quién lee, quién escucha”.